jueves, 17 de diciembre de 2009

NUEVO APORTE DE NUESTROS SEGUIDORES

Como ya comente en su día estamos abiertos a cualquier tipo de colaboración, así que ultimamente hemos recibido algún que otro correo para que publiquemos experiencias vividas muy personales. De esta manera también nos convertimos en meros transmisores de sentimientos. Para eso también valemos, estamos y queremos ser aun mas Que Cruja la Maera.

COSTALERO DE TU CONSOLACIÓN


Y pasaron los años…

Un jueves en la ciudad de Jerusalén, una mujer de grandes ojos marrones y pelo negro rizado deslizado suavemente por su hombro, iba llorando desconsolada mirando hacia el monte Gólgota. Pasaban por allí unos hombres y vieron a aquella mujer llorando y uno de ellos se acercó y le preguntó: Mujer, ¿Por qué lloras?, ¿A quién buscas? Busco a mi hijo que lo han matado y crucificado en la cruz y me espera con los brazos abiertos. Al escuchar esto, los hombres que estaban allí se miraron y uno de ellos respondió: No te preocupes Madre, nosotros te llevaremos con Él. Y al igual que aquel día, la historia vuelve a repetirse. Costaleros de la Buena Muerte a la llamada de la Fe, sienten la necesidad de sentir sobre sus hombros el paso de la Madre. Amistad, esfuerzo, cariño, rachear de pies, llamadas muy cotitas…Hermandad. Y todo por amor a la Virgen de la Consolación. Todo está preparado para el Jueves Santo y todo se hace silencio en el Templo. La luz de la cera tintinea una danza efímera para iluminar el rostro de esa Madre en la que cabe toda la belleza y en unos ojos que reflejan la inmensidad del firmamento. Llegó el momento que todos esperaban cuando se levantaron las caídas y se comenzó a rezar en silencio. El capataz alzó su voz al cielo para que todos preparados bajo el paso levantáramos a la Madre al cielo para que los rayos del sol iluminaran su dulce mirada. Sólo se escucha la voz del capataz, el rachear del costalero y el susurrar de la gente que se agolpa en la Calle Tres de Agosto que rompe en aplausos y lágrimas al ver a su Madre de la Consolación. El sonido del llamador y la desgarrada voz del capataz, hicieron que la calle quedara en un silencio que se vio interrumpido por las palmas que emanaron en Huelva y la Virgen que por unas horas se hace de Huelva, deja el convento vacío pero no sólo, en su interior están nuestras Hermanas implorando Consolación. El rachear del costalero comienza un silencioso recorrido lleno de seriedad, firmeza y nostalgia que se entremezclan con perfumes de la primavera, incienso y una delicada música que se vio cortada por el llanto amargo de un hombre que implora tu nombre: Consolación. La noche empieza a hacer sombra en el Jueves Santo agustino pero la Virgen de la Consolación con su mirada de Madre ilumina el atardecer. La cera fundida derramada en los guardabrisas nos anuncian que el final del Jueves Santo cada vez está más cerca cuando la Madre en la calle Palos mira con amor a las Hijas de su devoción cuando la cofradía vuelve por esa calle tan oscura y estrecha apareciendo en la noche del hambre y la miseria unas monjas de amor vestidas que se encaraman a la reja para poder rezarle cantando, poniendo todo su amor en cada letra que salen de sus humildes y bondadosos corazones. Sólo puede sentirse el llanto de una Madre que mira a sus hijas. Huelva entera se agolpa junto a la Madre de Consolación quien con su mirada al cielo onubense hace reflejar la bondad del Cristo de la Buena Muerte. Todo llega al final, pero junto a la Virgen de la Consolación todo es camino, todo es inicio ya que su mirada infinita es el destello de nuestro día a día. La voz del capataz volvió a sonar mientras todo quedaba atrás, ensayos, frío y algún que otro sufrimiento demás. Se escuchan quejios y llantos cuando el Jueves Santo toca su culminación. En el final de nuestra penitencia dentro de la Iglesia sólo hablan los sentimientos de las personas congregadas en su interior y una vez más exhaustos a la Virgen, al cielo debemos llevar. Un golpe roto de llamador para el paso haciendo que las caídas se abran y llorando podemos encontrar a unos hombres que han visto cumplidas todas sus ilusiones y promesas llevando sobre sus cervicales con todo su amor y devoción a su Madre de la Consolación. Las últimas sensaciones más intimas se van apoderando de los costaleros quienes con el costal entre sus brazos miran a su Madre para poderles hablar y echando sus últimas miradas hacia atrás con lágrimas en los ojos se marchan quedándose su Madre en soledad esperándoles durante todo el año para a sus maneras poder conversar. El tiempo pasa y seguirá pasando bajo las trabajadoras de Nuestra Madre en las que devotos hombres se preparan cada año con amor y pasión no para ser costalero, sino Hermano Costalero de Nuestra Madre de la Consolación.




Fdo. Samuel Jesús Mora


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